viernes, 1 de agosto de 2014

Birmania, un viaje en el tiempo

Santiago de Chile 20 de mayo de 2014

Templos de Bagán al atardecer
Para concluir nuestro recorrido por el sudeste asiático teníamos pendiente visitar uno de los países más peculiares y sorprendentes; Birmania (Myanmar). La visita a este país necesitó de preparación previa; visa, pasaje aéreo y efectivo en dólares para toda la estancia en el país. Para la visa tuvimos que dedicar una semana entera. Y es que las autoridades birmanas no permiten la entrada a políticos, periodistas o personas que ellos consideren que puedan hacer mala prensa. Nosotros habíamos aprovechado las fechas de Navidad en Laos para ese propósito, y durante nuestra estancia en Vientiane obtuvimos nuestra visa no sin antes jurar y perjurar en el consulado birmano que nosotros no íbamos a hacer ningún reportaje, que sólo queríamos echar un vistazo,  que nos íbamos a portar muy bien y que luego nos iríamos sin más. Además de ese trámite burocrático, la entrada de visitantes al país sólo se permite por avión, por lo que tuvimos que hacernos con dos pasajes aéreos desde Bangkok. Y por último, se necesitaba disponer de un monto en dólares americanos perfectamente planchados y sin arrugas para poderlos cambiar por su moneda local ya que en Birmania no hay cajeros automáticos ni bancos en los que se pueda retirar dinero. Bien, pues tras todos estos preparativos aterrizamos en el aeropuerto de Yangón (Rangún) la capital del país.

Fachada de un edificio en Yangón


Vistas por las calles de Yangón
Y menuda sorpresa, al poco rato de caminar por sus calles uno piensa que no hace mucho que debía haber pasado un guerra; casas destartaladas, fachadas que parece que se vayan a caer, antiguos palacios que debieron brillar en la época colonial y que ahora aguardan en ruinas a alguien que les pueda devolver su antiguo esplendor. La gente era bastante humilde, quizás no tenían mucho, aunque no se vía una pobreza exagerada. Los hombres vestían una especie de faldón llamado “logyi” y vimos que muchos de ellos tenían la dentadura totalmente roja lo cual nos tenía intrigados ya que no sabíamos porqué. En Yangón, callejeamos durante un buen rato, visitamos algún mercado y luego de cambiar algo de dinero fuimos a la estación de autobuses para sacar un billete hacia Bagán para la noche del día siguiente. 


Mercado en la calle: pescadería y verduleria
Playa de vías dónde se encontraba la estación de autobuses

Esta compañía era la que inspiraba más confianza (tenía teléfono)
La estación de autobuses era de lo más rudimentaria, estaba emplazada en una antigua playa de vías de ferrocarril ya en desuso, y allí, uno se decidía a comprar un billete a la compañía que le diera más confianza. Simplemente había que arriesgarse y luego esperar felizmente a que alguna de esas tartanas dignas de estar en un museo nos llevará a nuestro destino.Otra de las gestiones que teníamos que hacer era comprar un billete de avión para nuestro siguiente destino, y allí fue donde empezamos a sufrir. No había internet en ningún sitio!!! Por más que recorrimos no había manera de encontrar un computador conectado a la red. Tras seguir las indicaciones de varios locales encontramos un lugar. En un pequeño hotel había un computador, el aparato seguramente  lo habrían sacado del mismo museo que el autobús que nos iba a llevar a Bagán. Y tras varios intentos con aquella máquina y con una conexión que se perdía al cabo de pocos minutos conseguimos comprar los pasajes. 

Poco a poco nos íbamos dando cuenta de que Birmania era un país especial. 

Dedujimos que, si bien la diferencia horaria de Barcelona con Bangkok había sido de 6 horas ahora, en Birmania, la diferencia venía a ser de unas 5 horas, 30 minutos y 723 años más o menos...

Al día siguiente fuimos a visitar la pagoda Shwedagon se trataba de una gigantesca estupa de color dorado resplandeciente de 100 m de altura. La estupa estaba revestida con planchas de oro que los diferentes reyes birmanos y los habitantes de birmania fueron donando a lo largo de los años. Decían que en su interior se guardan auténticas reliquias de Buda, un trozo de tela de sus ropas y 8 cabellos. El rencinto en sí era un importante centro religioso donde acudía un gran número de visitantes, en su mayoría locales y monjes para practicar sus rituales.
Centros religiosos del conjunto, con la pagoda  Shewedagon al fondo
Cúpula de la pagoda
El lugar era de lo más exótico. Había un sinfín de templos adornados con todo tipo de filigranas esculpidas en madera. Por fuera siempre lucían cúpulas con pináculos del color del oro y por dentro los adornos eran motivos de la naturaleza; montañas, árboles y animales entre otros. 
Pináculos dorados
Detalle del recubrimiento con chapas de oro de la estupa con escalera de mantenimiento

Interior de una de las estupas


Al pasear por entre los templos, los monjes, nos dedicaban una mirada de curiosidad acompañada de una sonrisa amable desde sus hábitos de color granate. Nosotros les respondíamos con una mirada tímida ya que con esas túnicas y esas cabezas afeitadas parecían poseedores de una sabiduría infinita, como si fueran conocedores de todos los secretos del universo.


A la izquierda monje sabio, a la derecha monje con flores

Ya en la tarde volvimos a la estación para tomar el autobús. Mientras esperábamos para nuestra partida entendimos el porqué del color de los dientes, y es que la mayoría de los hombres se pasaba el día mascando una especie de hojas de tabaco que les tintaba la dentadura de rojo. La verdad es que al no estar acostumbrados a esta costumbre nos causaba  respeto ver a todo el mundo con esa dentadura de vampiros!!!
Pasamos la noche en un incómodo autobús intentando dormir algo. Y al día siguiente con el cuerpo molido llegamos a Bagán.
Planicie con algunos de los templos de Bagán

Bagán fue la antigua capital de los reinos de birmania. Está situada en una meseta totalmente plana y se dice que llegaron a existir más de 4.000 templos, aunque no todos han llegado hasta nuestros días. La Unesco ha intentado convertir el lugar en Patrimonio de la Humanidad, pero la realidad política de Birmania lo hace muy difícil. Birmania es un país gobernado por una junta militar que no permite que haya una transición democrática. Esto provoca continuas quejas desde EEUU y Europa pero la Junta Militar apoyada por China persiste en el poder. En Bagán se construyó un hotel de lujo con un observatorio de 60 m de altura entre los templos y que es propiedad del yerno del jefe de la Junta Militar. La construcción ha sido muy criticada por otros organismos pero ahí está!


Obreros trabajando en la reconstrucción de uno de los templos


Para visitar los templos existían varias opciones, bicicleta rudimentaria o carro tirado por caballos. Nosotros alquilamos dos bicicletas el primer día, y fuimos en carro el segundo. Durante dos días estuvimos visitando templos. Existen centenares de templos, algunos son pequeños, se encuentran en mal estado y están completamente abandonados, otros son tan grandes que parecen castillos y junto a ellos hay mercados de artesanía local, lugares donde poder comer algo e incluso pequeños poblados. 


La entrada a los templos siempre era emocionante



Templo tipo castillo







Posiblemente lo que más nos sorprendió en Bagán fue su aire medieval. Para moverse entre los templos hay que ir por caminos de tierra. La mayoría de la gente se mueve a pie o en carros tirados por bueyes. A Bagán vienen peregrinos de toda Birmania, por lo que durante nuestro  trayecto teníamos que apartarnos del camino para dejar pasar a largas caravanas de carretas tiradas por bueyes.


Blanca cediendo el paso a una larga caravana
Apenas se ven vehículos a motor y los que se ven son más bien artesanales (en general consisten en el motor de un motocultor al que le han añadido un bastidor y le han agregado cuatro ruedas, (cada una de las cuales las han reciclado de un carro distinto por lo que las cuatro son distintas). 


Coche birmano
Aristócrata dando un paseo en auto
Viajeros a bordo de autobús local
Muchos de estos inventos eran convertidos en autobuses locales donde los viajeros simplemente se subían al remolque de carga. Mientras pedaleábamos íbamos viendo a campesinos segando el cereal, pastores de ganado, poblados repletos de talleres de artesanos y un sinfín de oficios quizás más propios de otra época.


Campesinos con templos al fondo









Nosotros llegábamos a los templos y nos adentrábamos en su interior. En los más pequeños normalmente no había nadie y podíamos entrar a investigar tranquilamente. Los más importantes, sin embargo rebosaban actividad; monjes rezando, peregrinos, devotos y otros visitantes. Curiosamente, a pesar del enorme tamaño que tenían estos últimos desde el exterior, en su interior apenas albergaban algunos pasillos y una pequeña cámara con una estatua del buda.


A la izquierda Blanca investigando por el interior de uno de los templos, a la derecha trabajos de limpieza en el interior de templo

El espectáculo más sorprendente lo teníamos cuando subíamos a su terraza superior. En muchos había que jugarse el tipo y trepar por unas empinadísimas escaleras pero cuando llegábamos arriba teníamos las espléndidas vistas del lugar. Desde lo alto se podía ver una gran planície salpicada de cientos de templos. Desde cada templo se tenía una perspectiva diferente y era desde estas terrazas desde donde uno podía contemplar los templos más cercanos sin ningún obstáculo y apreciar toda su magnificencia.



Vista de los templos de Bagán


El segundo día continuamos nuestra visita en carro de caballos, ese día sí que tuvimos la sensación de haber viajado atrás en el tiempo al entrar a poblados de artesanos acompañados por el sonido del trote del caballo, bajarnos del carro y ver como trabajaban los habitantes en oficios ya desaparecidos en nuestro mundo.  Unos hacían cestos de mimbre, otros modelaban piezas de alfarería, todo el poblado, niños incluidos se dedicaban a realizar delicados trabajos que luego vendían a los visitantes por precios irrisorios. Conocimos a una pareja de  locales que nos enseñó el poblado, nos mostraron los talleres e incluso sus casas, que en general eran pequeñas cabañas de bambú, sin duda era impresionante ver cómo vivía el pueblo entero de sus oficios tradicionales y sobre todo,  ver la alegría con que lo hacían.



Aproximación en carro

Blanca se dispone a investigar por el interior
























Arriba a la izquierda: Mujer equilibrando cesto de leña con niño. El resto: mujeres birmanas fumando

Blanca siempre tenía algunos regalos para los niños


Al atardecer el conductor del carro nos llevó a su templo favorito desde donde ver la puesta de sol. Desde lo alto del templo contemplamos tranquilamente como los últimos rayos de sol iban dorando los templos. Y poco a poco el sol fue descendiendo ofreciéndonos un espectáculo de colores sobre las fachadas, primero las fue pintando de color crema para luego darles un toque rojizo. Poco antes de ponerse el sol, los últimos rayos se filtraron por detrás de los templos creando una imagen de lo más trascendental. Los campesinos se fueron retirando cargando fardos sobre sus cabezas mientras poco a poco iba oscureciendo. Nosotros también teníamos que retirarnos así que felizmente y satisfechos nos devolvimos al hostal a bordo de nuestra carreta.


Atardece en Bagán





Colores durante la puesta de sol


















Al día siguiente por la tarde partimos hacia Mandalay, la segunda ciudad de Birmania. De nuevo pasamos la noche en un viejo autobús dando botes sobre incómodos asientos. Paramos para cenar en una especie de estación de servicio a la Birmana donde paraban todos los autobuses de la ruta. El lugar era de lo más peculiar; había luces de neón de colores por todas partes con el fin de darle al lugar un aire de modernidad. En el interior del local servían todo tipo de comidas. Lo que más nos impresionó era ver que todos los camareros eran niños, algunos de ellos no tendrían más de 6 años y se les veía agotados tratando de servir a una innumerable cantidad de clientes. Aquella escena nos hizo reflexionar una vez más sobre afortunados que éramos de pertenecer a la minoría del mundo que vive con todas las facilidades y donde la mayoría de menores pueden jugar y ser niños.
Tras la parada proseguimos la ruta sobre el camino de ripio para llegar a Mandalay de madrugada. Llegamos sobre las 5:30 de la mañana y la ciudad estaba dormida por lo que todavía no podíamos tomar ningún transporte para buscar un hotel así que, como apenas habíamos dormido nos tumbamos en un banco de madera de la estación para tratar de descansar un poco.  Una hora más tarde ya teníamos un taxi y le pedimos que nos llevase a un hostal, llegamos y no había sitio para nosotros así que fuimos a otro y tampoco. Estábamos muy cansados, queríamos encontrar un sitio para descansar ese día y visitar la ciudad al día siguiente pero tras preguntar en más de siete hostales nos encontramos con que no había sitio. Finalmente encontramos uno, pero nos pedían un precio exagerado por un cuchitril lleno de bichos y nos negamos a ceder ante tal abuso, así que decidimos sacar fuerzas para visitar la ciudad ese mismo día y volver a viajar en la noche. Pactamos un precio para todo el día con el conductor de aquel especie de taxi o más bien carricoche descapotable y nos fuimos de visita.

Uno de los principales atractivos del lugar es el puente de U Bein. Se trata de un largo puente de madera de Teka de 1,2 km de longitud construido a mediados del siglo XIX y es el puente de este tipo más largo y más antiguo del mundo.
Vista general del puente de U Bein



El puente cruza el lago Taung Tha Man, sus aguas estaban como una balsa de aceite y sobre ellas navegaban un sinfín de barcas de pescadores. Junto a la orilla se podía ver a los campesinos trabajando las fértiles orillas del lago.
Campesinos con el puente al fondo
Blanca paseando sobre el puente 



















A la izquierda: vistas de la pasarela. A la derecha: animales en venta



Se trataba de una rústica construcción de troncos a modo de pilares que soportaban un larguísima pasarela también de madera y que unía las dos orillas. Al cruzar el puente era fácil cruzarse con comerciantes de todo tipo y existían varios puestos donde vendían cualquier cosa. A Quique le ofrecieron un búho, sí en serio, un gran búho vivo que a Quique le hubiera encantado traerse para casa.

Paseamos el puente de un lado para otro ya que hacerlo era de lo más agradable; uno nunca se cansaba de ver todas aquellas barquitas flotando en aquellas aguas tan tranquilas. 
Barquitas sobre el lago
Vista de los pilares del puente

Y tras nuestra visita al puente seguimos visitando. Cruzamos el rio Ayeyarwaddy sobre un gran puente metálico y vimos como transportaban troncos a lo largo del río. Desgraciadamente para los bosques de Birmania, el comercio de maderas exóticas es una fuente de ingresos muy lucrativa aunque a costa de destruir bosques enteros de árboles centenarios. Parece ser que China se lleva todas esas maderas que se compran en todo el mundo y oímos que ya se ha destruido un 60% de los bosques del país!!!.


La destrucción de los bosques de Birmania



Transporte de maderas exóticas por el río 
















De bajada
Tras ver esa triste imagen fuimos a visitar un templo situado en las proximidades de Sangaing, quizás lo más interesante no era el templo sino la ascensión al monte donde se encontraba. Para llegar a la cima había que subir por unas escaleras interminables que nos dejaron sin aliento y una vez en lo alto se podían ver las vistas del río. Y luego, otra vez para abajo. Con ese paseo, agotados, dimos punto final a nuestra visita a Mandalay así que nos volvimos a la misma estación a donde habíamos llegado aquella misma mañana y tomamos el autobús hacia Inle Lake.
Esta vez la distancia era más corta, íbamos a pasar la noche en el autobús para llegar al día siguiente sobre las 7:00 de la mañana, y una vez en nuestro destino, esperábamos poder descansar. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos sobre aquellos durísimos asientos de piedra a bordo del bus. Dormimos hasta que de repente, el bus se paró y medio dormidos vimos como el conductor se bajaba. Nuestras sospechas se confirmaron al momento: Nuestro autobús había decidido que ya no más, que su momento para retirarse a un museo había llegado y que no tenía la menor intención de llevarnos al Inle Lake. Dedujimos, gracias a nuestro rudimentario birmano (aunque también ayudaron las dotes de nuestro conductor para el lenguaje de signos), que se había roto la bomba de gasolina y que, por esa razón, el motor no recibía combustible. Todo indicaba que tendríamos que quedarnos para siempre en aquel camino de tierra perdidos en medio de la jungla!!! La verdad, es que en ese momento, a nosotros aquel destino ya nos estaba bien, eso sí, siempre y cuando pudiéramos dormir!!! Así que nos volvimos a acomodar sobre nuestras respectivas piedras para seguir durmiendo. Pero el conductor no estaba de acuerdo con aquello así que lo primero que hizo fue despertarnos a puntapiés… Si queríamos llegar a nuestro destino teníamos que colaborar. Y es que resulta que nosotros estábamos en los últimos asientos del autobús y allí le estorbábamos porque no podía colocar las garrafas de gasolina!!! El plan era el siguiente: Se colocaban garrafas de gasolina en los últimos asientos del bus, desde allí se descolgaba una manguerita por la ventanilla de manera que se podía llevar la gasolina al motor, y como las garrafas estaban en un punto más elevado ya no era necesaria la bomba. Nosotros nos reubicamos en los asientos de la penúltima fila y todos contentos, bueno no, todos menos el autobús que una vez más veía como se retrasaba su edad de jubilación… El plan tenía una pega, y es que la gasolina de la garrafa sólo daba para unos 15 minutos de marcha. Transcurrido ese tiempo había que parar, bajar a recargar la garrafa con gasolina del depósito y luego volver a subir la garrafa al último asiento, enchufar la manguerita y reiniciar la marcha. Así que continuamos avanzando parando cada cuarto de hora para repostar. Con tanto pasear gasolina arriba y abajo el interior del autobús quedo vaporizado de gasolina, el olor era tan fuerte que quedamos todos mareados, así que, con esa dosis de psicotrópicos y agotados, caímos dormidos sobre nuestros asientos de puro granito. Quique soñó que era capitán de un gran petrolero y Blanca soñó que por fín habíamos conseguido construir nuestra propia casa y que en el jardín, entre unas hortensias y unos rosales, habíamos abierto un gran pozo de petróleo.  También soñamos más cosas porque los sueños en nuestro viaje sólo alcanzaban 15 minutos de duración y ya no nos acordamos porque fueron muchas veces 15 minutos! Sobre las 11:15 de la mañana nos detuvimos.

-Gasolina?-Preguntamos nosotros
-No! Estación de servicio. Desayunar- Dijo el conductor
-Ahhh!- Exclamamos.

Habíamos llegado a una estación de servicio. Ésta era de lo más peculiar, ya no era una gran estación como la que habíamos visto en la ruta anterior esta era una estación de camino secundario y era más pequeña y rudimentaria. Lo primero que vimos fue como vendían una rata viva. Sí, en aquella estación había oferta especial de ratas, una mujer birmana escogió la que más le gustó de una jaula, la vendedora se la pesó, la mujer pago lo estipulado y agarró al bicho por la cola mientras éste luchaba desesperadamente por escapar, y sin inmutarse se fue feliz planeando si el animal que colgaba de su mano sería más gustoso cocinado a la cazuela o a la plancha…
Compra venta de roedores


Nosotros pedimos dos cafés de sobre porque aquella mañana no nos apetecía rata. Blanca, que nunca había estado en una “Medas” birmana, aprovecho para ir a investigar y Quique la esperó saboreando su café de sobre. Cuando Blanca volvió le explicó a Quique los descubrimientos que había hecho. Se había colado en la cocina, y había visto como preparaban la comida y lavaban los platos.  Lo hacían todo a la vez, los platos sucios y la comida a preparar estaban en el mismo sitio, así que, si la cocinera necesitaba un plato limpio, sólo tenía que coger uno de los usados, rascarlo un poco contra su falda y el plato quedaba listo para ser usado de nuevo. Blanca fue descubriendo un poco más de la cocina Birmana hasta que fue descubierta y acusada de espionaje, por lo que la invitaron a retirarse de la cocina. Blanca insistió en que no se preocuparan, que no iba a revelar a nadie la receta ancestral secreta para cocinar ratas, pero no sirvió y fue expulsada de la cocina. Eso sí, no sin antes haber podido registrar algunos de sus hallazgos en su maquinógrafo de microfilmación. Al final de esta entrada os incluimos un corte del documento.
Finalmente llegamos a Inle Lake por la tarde. Durante el viaje habíamos conocido a una pareja de polacos que también estaban curioseando por Birmania y habíamos estado intercambiando experiencias. Cuando por fin nos apeamos del autobús y recuperamos nuestros equipajes ellos tuvieron la ingrata sorpresa de descubrir que les habían robado gran parte de la ropa que llevaban en sus mochilas. A nosotros milagrosamente no nos tocaron nada, suponemos que nos salvamos porque a los birmanos no les gustan las ropas que apestan a gasolina. En fin, que los viajes en autobús por Birmania son una de esas experiencias que se pueden probar alguna vez en la vida. Pero una sola vez, no más!!!
Desde la estación de autobús tomamos una especie de carricoche descapotable hacia la localidad de Nyaungshwe a orillas de un río que desemboca en el lago Inle. A medio camino nos detuvimos por que había una especie de aduana custodiada por una ristra de gandules locales. Allí nos pidieron que abonásemos una especie de impuesto para visitar la zona, que si no pagábamos en ese momento, luego, a la vuelta no nos dejarían salir. Así que les dijimos que ya pagaríamos a la vuelta, y tras discutir un rato en birmano nos dejaron seguir nuestro camino advirtiéndonos, o eso entendimos, que ya nos pasarían la factura a la vuelta.

Desde nuestro hotel se podía ver toda la actividad del río
Nos alojamos en un comodísimo hostel a orillas del río. Tuvimos la suerte de que nos dejaran una cabaña entera para nosotros solos. El lugar era fantástico, desde la orilla se podía ver un sinfín de canoas de carga circulando rio arriba y rio abajo transportando mercancías. Esa misma tarde fuimos a visitar el mercado del pueblo acompañados por nuestros nuevos amigos polacos. Los mercados de Asia son de los más agradables, en cada puesto de venta había familias enteras vendiendo productos autóctonos sin que hubiesen sido manipulados. 
De visita por el mercado




















Algunos de los productos del mercado

Padre con su hijo
Y luego, tras un paseo por el pueblo, volvimos a nuestro hostel dónde nos apuntamos a una excursión en canoa para el día siguiente. Esta vez, nuestros compañeros iban a ser otros huéspedes del hostel. Una muchacha austriaca que tras trabajar un tiempo en Dubai había decidido ir a estudiar un Master a Bangkok, una joven de rasgos asiáticos pero educada a la europea que había conseguido hacer el mejor cambio de moneda birmana de la historia (no como nosotros, que cuando cambiamos moneda nos timaron, como siempre!!!) y un joven alemán que cuando por fin se habían logrado pactar todas las singularidades de la excursión, precio, duración y lugares a visitar, formuló una frase que bien podría resumir el carácter de su país entero. La frase era: -I feel much better when everything is organized!!! Pues eso, igualito que nosotros!!! Y después de cenar con nuestros nuevos amigos occidentales nos fuimos por fin a descansar. Y esta vez lo conseguimos, no sin antes perpetrar, como ya teníamos por costrumbre desde hacía semanas, nuestro plan de gasificación y exterminio total de mosquitos autóctonos que se hubiesen atrevido a entrar en nuestra habitación.
Al día siguiente, todavía de noche, nuestro elenco de curiosos occidentales embarcamos hacia  el lago. Nuestra canoa se deslizó velozmente río abajo moviéndonos a través de una ligera capa de bruma que yacía sobre la superficie del agua, y, como fantasmas, con las primeras luces del día, se nos aparecían otras barcas que se cruzaban con nosotros en el camino. Una vez en el lago vimos varias canoas de pescadores. Muchas de las canoas eran sumamente pequeñas y el único tripulante de ellas se movía de proa a popa con el equilibrio propio de un funambulista. Nosotros nos hubiésemos caído al agua unas 10 veces por viaje, pero ellos los hacían sin esfuerzo alguno. 
Como espectros empezaron a aparecer algunas canoas
Pescadores en el lago
Pescaban usando unas enormes nansas hechas de bambú. Las sumergían en el agua y las levantaban en un espectáculo de malabarismo sin igual en el que usaban los pies, las manos y todo lo que hiciera falta sin desequilibrarse lo más mínimo. Para remar tenían una técnica de lo más peculiar, colocaban un pie fijo a modo de pivote, y con el otro pie se enroscaban el único remo de la embarcación y, mediante una danza perfeccionada durante siglos, podían desplazarse y maniobrar hacia cualquier lugar a donde quisieran ir.



Pescador manipulando su nansa con destreza
Nuestra primera parada fue una especie de templo que hacía de centro comercial, allí acudían los lugareños para intercambiar productos; frutas, leña, ganado, pescado, especias y cualquier otra cosa. Hicimos un alto para visitar el templo y las paradas de los mercaderes y proseguimos la visita. 
Acercándonos al gran mall del lago

Puesto de especias





Puestos de frutas y verduras

Nos metimos por una laberíntica zona de canales y empezamos a ver diferentes aldeas dispuestas a modo de palafitos, es decir, construían las casas sobre unos pilotes de madera que se hincaban en el lodo del fondo del lago y allí vivían pescadores y otras gentes que aprovechaban todos los recursos: cultivaban algas, instalaban talleres, incluso tenían algunos animales en una suerte de establos que habían construido sobre las plataformas del palafito.
Vistas del palafito
Interior de una destilería de licor de arroz

Visitamos una destilería de licor de arroz y aprovechamos para ir al baño. Un baño es de lo más fácil de construir en un palafito, se trataba de cuatro biombos de cañas de bambú y un techo de paja, levantados sobre la plataforma, en el interior de los cuatro biombos había un agujero, de modo que todo lo que se hacía ahí dentro caía directamente al lago. La única precaución que se debía tener era no pisar el agujero, no siendo que uno se pueda escurrir y caer al agua junto con sus propios residuos.
Detalle de una de las casas del palafito


















Sobre estas lineas, arriba transporte en canoa. A la derecha Blanca pregunta si hay alguien en el baño. Abajo, muchacha peinando sus cabellos y a la derecha detalles de la vida en el lago.

Nos pasamos el día visitando talleres, pequeños comercios y algún que otro poblado en la orilla. Y al final del día visitamos el templo de los gatos. Éste templo era totalmente de madera y estaba suspendido sobre el lago, en su interior tenían la estatua del buda y los monjes vivían en armonía entre centenares de gatos sagrados. Como es lógico, el lugar desprendía total felinidad, perdón, felicidad. 

Otra vista del Palafito
Arriba Blanca, haciendo amigas, a la derecha mujer "jirafa" haciendo gestiones por teléfono.
Abajo, mujer con niño atravesando el canal.
Detalle de la forma de remar en el lago
























Talleres del palafito
Y por la tarde, un buen baño







































Arriba jóvenes monjes pasando el rato. Abajo: Niños saliendo de una escuela



Madre con su hijo

Interior del templo de los gatos






Monje budista con gatos

Desde el templo pudimos ver como los pescadores se iban retirando a sus casas según atardecía y con la puesta de sol nos volvimos a casa felices por haber disfrutado con nuestra inolvidable excursión. Y nuestro amigo alemán satisfecho, pues todo se había realizado fielmente y de acuerdo al plan preestablecido.

Pescadores retirándose a sus casas










Un día más en Inle Lake





























Elenco de curioseadores; de izq a dcha: Los togethers, la estudiante austríaca, la muchaha tailandesa, y el joven alemán.

Al día siguiente, teníamos que tomar un autobús. Así que le pedimos a la jefa del hotel que tan bien se había portado con nosotros, si podía conseguirnos algún carricoche, no sin antes advertirle que seguramente nos esperaban unos amigos que habíamos hecho dos días antes en el puesto de control de peajes. La mujer dispuso para nosotros su carricoche particular dando instrucciones precisas al conductor. Nos despedimos de todos y partimos hacia la estación. Según nos íbamos aproximando al puesto de control el conductor pisó el acelerador para, finalmente, atravesar el control a toda velocidad y sin detenerse, dejando tras de sí una nube de polvo. De inmediato dos filibusteros birmanos cabalgaron sobre sus motocicletas y salieron en persecución. Nos alcanzaron, se pusieron a la par de nuestro carricoche gritando como energúmenos y haciendo todo tipo de gestos birmanos para que nuestro conductor se detuviera. Éste, sin aminorar lo más mínimo la marcha les contestó. Toda la conversación fue en birmano, pero la hemos traducido para vosotros:

Pirata birmano: -Detente, hay que controlar si estos turistas abonaron el peaje obligatorio para visitantes.
Conductor:- Ya pagaron. Tenemos que ir a la estación. No molestes.
Pirata birmano: -Necesitamos el comprobante. Detente.
Conductor: - Anda y que te zurzan! Ya te he dicho que tenemos prisa-Y siguió sin inmutarse.

Los piratas, que con aquel rato de persecución ya habían trabajado suficiente para todo el mes, decidieron abandonar y se dieron vuelta. De este modo eludimos el pago de aquel injusto y abusivo tributo y llegamos a la estación de autobús sin más incidencias quedando totalmente agradecidos al conductor y a nuestra hospedera por habernos salvado de los piratas.


Después de nuestra visita a Inle Lake todavía nos quedaban algunos días en Birmania y habíamos decidido dedicarlos intensamente a holgazanear en la playa. Tomamos varios autobuses con peripecias varias y parando en todas las “Medas” birmanas del camino hasta llegar a Ngwesaung, una pequeña población en la costa del Océano Índico en las inmediaciones del Golfo de Bengala. Allí encontramos una playa larguísima y preciosa. 

Blanca en su playa, no está mal no?








De hecho la costa Birmana es la continuación de la costa tailandesa que toca al mar de Andamán, la gran diferencia es que en el lado birmano las playas están casi desiertas. En Tailandia el turismo lleva varios decenios de ventaja y toda su costa es un destino famosísimo plagado de occidentales. En Tailandia se ofrecen todo tipo de fiestas, excursiones a islas maravillosas y salidas de buceo para los amantes del submarinismo, mientras que en Birmania no hay nada más que algunos hotelitos bastante básicos. Birmania es un país abierto hace relativamente poco a los visitantes y  el turismo no está explotado, de hecho su situación política a día de hoy es compleja. Desde 1964 está gobernado por una Junta Militar, en 1990 se celebraron unas elecciones y la Junta Militar perdió pero ignoró los resultados. A fecha de hoy la Junta Militar promete una democratización del país que nunca llega y existe una gran represión sobre la población. A decir verdad, Birmania es un país donde persisten todavía un sinfín de enfrentamientos en muchas de sus regiones, y no es posible visitar más allá de algunos lugares concretos. Los birmanos tienen el mismo tipo de islas con playas fabulosas que los tailandeses, pero con la diferencia de que no se pueden visitar a menos que te lleve algún pescador ya que no hay oferta para visitantes. La obtención del visado birmano es lenta y ardua (si bien no especialmente difícil cuando nosotros estuvimos, eso sí, siempre y cuando no seas periodista ni pretendas salirte de la ruta) y el turista sólo puede entrar por avión. La oferta hotelera es pobre y uno no puede campar libremente por el país sino que debe ir sí o sí a los destinos permitidos (no hay que olvidar que hay muchas zonas en permanente conflicto por enfrentamientos internos entre etnias o entre grupos religiosos). A todo esto se suma el problema de que hay que llevar efectivo en dólares para toda la estancia y cambiar moneda con piratas y maleantes.

Vista de la playa

Familia birmana dándose en baño en el mar. (En casi toda Asia se bañan vestidos, los trajes de baño a los que estamos acostumbrados son demasiado provocativos para ellos)
Bueno, pues Ngwesaung Beach era uno de estos sitios de la costa que estaba permitido visitar. Pero si el turismo del lugar ya era poco, todavía era menos cuando estuvimos ya que toda la zona se vio seriamente afectada, primero por el tsunami de 2004 y luego tras recibir el azote del ciclón Nargis que alcanzó la costa birmana en 2008 y arrasó el lugar nuevamente. Tras estos dos trágicos sucesos el turismo en la costa nunca se ha recuperado (si bien nunca se había desarrollado).

Hotel arruinado por el huracán Nargis de 2008









Nos alojamos en un pequeño hotel de cabañas. No había más que algunos pocos visitantes, así que estuvimos muy tranquilos descansando sin otra cosa que hacer que tumbarnos, bañarnos, pasear y leer. La playa era kilométrica y no terminaba nunca por lo que podíamos pasear sin interrupción. 

Como veis no había casi nadie!

Barcas de pescadores
Durante nuestros paseos, a menudo nos encontrábamos caminando solos entre el mar y un bosque de palmeras. Había tramos interminables en que no había ninguna construcción más que los restos de algún antiguo resort destruido por el huracán. La arena era muy fina y la playa presentaba una pendiente muy suave hacia el mar así que había que adentrarse una treintena de metros para que el agua nos alcanzara hasta las rodillas. 

Un día Quique tomó prestada una bicicleta y se fue a explorar por ahí. Tras varios kilómetros de pedaleo por la playa vio a un grupo de personas con sus maletas y fardos que estaban esperando en la orilla. Al principio no entendía, pensó que esperaban algún autobús. Bueno, pues eso era, lo único es que el autobús iba por vía marítima pues era una especie de patera que los llevaba a pequeños islotes o a otros puntos de la playa.

Esperando el autobús?

Embarcando en uno de los transportes locales
Una tarde Blanca se tumbó en una hamaca a leer tranquilamente y Quique no se pudo resistir y aprovechó para ir a correr por la orilla de aquella playa tan preciosa. Y siempre, al final del día, Quique y Blanca se sentaban plácidamente en una tumbona para ver como el sol se hundía poco a poco en el mar. Aquello sí que fue un verdadero descanso!!!

Blanca leyendo al atardecer







Izquierda: Atardecer en la playa. A la derecha dos jovenes se reunen para fumarse un pitillo durante la puesta de sol.

Blanca contemplando la puesta de sol


Un día más en Ngwesaung Beach







Finalmente, tras nuestro esperado descanso llegó el momento de irse. Tomamos un autobús hacia Yangón y cuando estábamos más o menos a mitad de la ruta nos topamos con otro bus que venía en sentido contrario. La carretera era tan estrecha que cada uno de los buses se ajustó a su lado para dejar pasar al otro sin aminorar la marcha (la opción de reducir la velocidad no estaba contemplada, ya no es planteable para ningún conductor birmano temerario que se precie). Así que los dos buses se cruzaron y ZAS!!! CRASH!!! y CLING CLANG CLUNG!!! Os explico: El Zas! fue el choque entre los retrovisores de los dos autobuses, el Crash! debido a que los dos espejos reventaron totalmente y el cling! Clang! clung! Fueron los miles de trocitos de cristal que fueron proyectados hacia todas partes y que cayeron sobre el piso y sobre los viajeros. Y es que nuestro autobús no tenía puerta lateral así que los miles de pedacitos pudieron entrar al interior sin problema. A Quique le golpeó un trocito de cristal en el ojo que lo dejo medio ciego durante un buen rato, afortunadamente se le fue pasando poco a poco. Repetimos! -Con un solo viaje en autobús birmano es suficiente!!! Finalmente llegamos a Yangón, y desde allí volamos de regreso a Bangkok donde aún tuvimos tiempo para dar un último paseo por uno de esos lujosos centros comerciales gigantes antes de volar hacia nuestro siguiente destino: Ceilán.

-Hasta la vista-
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